martes, 12 de agosto de 2014

El Silencio de la Ciudad

Calles, edificaciones, avenidas, edificios...una constante que se reitera al caminar por la ciudad. Pues bien, no podía ser de otra forma, las calles son como el sistema circulatorio de este organismos y sus edificios algo así como las mitocondrias, habitáculos donde desarrollan sus vidas y descansan quienes dan vida, energía a este organismo llamado ciudad, sus habitantes. ¿Pero acaso son necesarios éstos?, quizás si la ciudad pudiera hablar nos diría que sería más feliz sin nosotros.

Cuando recorres este organismo, deambulas por sus arterias y venas, en el silencio de la noche, comprendes que aunque una ciudad tiene un sentido el cual le damos, ese de ser una unidad, una factoría, en donde en forma organizada desarrollamos nuestras actividades. También te das cuenta de forma brutal, como un golpe directo al estomago, que la ciudad tiene sentido por si misma, que dicho sentido no se perdería aunque la raza humana se extinguiera de la faz de la tierra. No, al contrario, la ciudad y su concepción, tendría mayor libertad sin sus habitantes. Claro con el pasar de las centurias, se irían socabando sus estructuras, pero ¿acaso todo organismo no se desgasta y finalmente muere?. 

La ciudad, sin la carga de sus habitantes, es bella, tiene esa tranquilidad que le dan sus formas. Si bien es ciertos, sin sus habitantes no existirían; pero podrían construirse ciudades, con bellas formas, arquitecturas subyugantes, y que la función de nosotros como personas, sea sólo esa, la de constructores. Para luego retirarnos de forma digna y dejar que su esencia sea la que le de sentido.

Que las ciudades no sean hormigueros hirvientes de sucio hedor, sino que sean representaciones físicas de la creatividad del hombre. Que éste no abuse de ellas y no la convierta en una especie de mausoleo gigante lleno de edificios que asemejan nichos. Que no la haga sufrir, que no la enferme destruyendo su sistema circulatorio con cajones de metal que además de contaminar destruyen sus vías, que no se socaben sus entrañas para encajonar como ganado a los ciudadanos en vagones atestados y fétidos.

Las ciudades son la representación anímica de quienes la habitan, cuando una ciudad deja de brillar, se convierte en un lugar gris, putrefacto, es sólo por causa de quienes deambulamos en ella, es producto de una sociedad enferma. En buenas cuentas somos la enfermedad de las ciudades, sus parasitos; llegado su momento que no cabe duda de que nuestro propio entorno nos va a pedir que nos retiremos, como bestias mezquinas y sucias, que en vez de entregarle energía, se la quitamos.

En algún instante se va a cansar de nosotros y como si fueramos termitas va a aplicar una completa y profunda fumigación. La ciudad ya se aburrió de sentir nuestros pies sobre ella, quiere purificarse, limpiarse. Algo que nosotros también debiesemos considerar, higienizarnos de tanta basura mental, limpiar nuestros sentires, matar nuestros egoismos, ser capaces de retirarnos y dejar tranquila a esta ciudad cansada, que ya no nos puede dar más. Pues le quitamos todo lo que pudimos, inclusive lo más preciado su sentido, su escencia
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